EL CINE CON ALZHEIMER - Sobre "La Memoria Infinita" de Maite Alberdi
- MARCEL CZOMBOS

- 15 sept
- 5 Min. de lectura
Las películas son historia.
Con cada metro de película que se pierde,
perdemos un vínculo a nuestra cultura,
al mundo que nos rodea, al otro y a nosotros mismos.
Martin Scorsese

Ella
Hola, hola, hola…
Es el comienzo de la película. A la cámara, la acomoda Paulina. Un poco fuera de foco. Una presentación. Un gusto. ¿Cómo se llama ese recuerdo en el Alzheimer? se llama: retrospección de recuerdos episódicos.
Vine para ayudarte a recordar Augusto…
La actriz que no sigue un guión, está habitando un documental: Paulina Urrutia, la exministra de cultura de Chile, lo despierta suavemente, mientras él, solo de a poco comprende que ella es su compañera y que están en su casa, la que llevan compartiendo más de dos décadas. Los recuerdos más resistentes al deterioro son los afectivos pero el Alzheimer no afecta únicamente a Augusto sino también a Paulina; así se hacen visibles la carga emocional y la paciencia que sostienen la vida.
Maite Alberdi documenta el amor (como en Agente topo), con un toque cálido y delicado describe en cada uno de sus detalles “algo que ha existido: cada cosa que vemos debe haber estado ahí, delante de la cámara” como dice Gilberto Pérez en El fantasma material. La memoria infinita fue estrenada en el Festival de Sundance (2023) donde ganó el Gran Premio del Jurado, fue nominada al Oscar como Mejor Largometraje Documental y también a los Premios Goya, consolidándose como un hito en el cine chileno.
Él
Tu no eres tú, ¿quién soy?, dime.
Lee tembloroso. Un canario y las fotos. Un eclipse. Pedro Lemebel. De perlas y cicatrices. Un muerto que habla en un espejo de Raúl Ruiz.
Yo soy los libros y los amigos.
Augusto Góngora fue un periodista político chileno, falleció en 2023. Trabajó durante las décadas de 1970 y 1980 para dejar registro de las inequidades y las violaciones a los derechos humanos del régimen de Pinochet y llevarlo a la atención pública desde la televisión; luego se dedicó a conservar esa memoria nacional para las generaciones futuras.
Augusto Góngora colaboró en la investigación del libro Chile. La memoria prohibida; décadas después, Alberdi titula su documental La memoria infinita, en un diálogo con el título: de la memoria prohibida de un país a la memoria infinita de una historia de amor y resistencia. En el libro Augusto reflexiona sobre cómo asegurar que el infeliz pasado del país se mantuviera vívido e instructivo incluso para quienes no podían recordarlo de primera mano.
Este libro solo es útil, si la memoria nos ayuda a recuperar nuestra identidad.
En la tapa del libro escribe de puño y letra una emotiva dedicatoria a su amada Paulina: “Sin memoria no sabemos quienes somos, sin memoria divagamos desconcertados sin saber adonde ir, sin memoria no hay identidad, la memoria sigue prohibida pero este libro es porfiado, los que tiene memoria tienen coraje”, resaltando la ironía de que esta afirmación se aplique a su historia personal.
Sensor
La memoria puede pensarse como un sensor digital: los ojos funcionan como el diafragma que deja pasar la luz, mientras que la mente actúa como el soporte donde se fijan esas imágenes.
Un sensor digital con problemas puede distorsionar la imagen: los colores se desvanecen, aparecen manchas en forma de píxeles muertos, el ruido electrónico invade la superficie y la nitidez se pierde en errores de registro. Aunque la cámara capte la luz, la memoria de la imagen queda dañada, inestable y frágil.
En el Alzheimer pasa algo similar, hay una falta de fijación de nuevos recuerdos tras un periodo de tiempo. Los ojos siguen recibiendo estímulos, pero el sistema interno que debería procesarlos y almacenarlos falla, como un sensor que ya no consigue traducir la luz en imagen. Entonces el presente se descompone, se pixela, y lo vivido se desvanece antes de convertirse en memoria.
En La memoria infinita el archivo funciona como un rastro: la capacidad de retener un vestigio de la realidad original. Como señala Gilberto Pérez, “el tiempo de la imagen cinematográfica es doble: a veces actúa como presente; a veces, como pasado” (Pérez, 1998, p. 59). Esto se hace evidente gracias al uso de extensas imágenes de archivo de Augusto Góngora en su mejor momento profesional, extraídas de noticieros, videos domésticos de 1984, registros de Pinochet en 1999 y material personal de 2000 y 2002. Estas secuencias son hábilmente entrelazadas por la montajista Carolina Siraqyan, de manera que se difuminan los límites temporales y se omiten fragmentos de la propia memoria, generando una experiencia en la que pasado y presente dialogan continuamente.
Cine, el memorioso
A diferencia de Funes, que recordaba todo con detalle, la memoria fílmica latinoamericana se ve obligada a confrontar la ausencia, la fragmentación y el vacío impuesto por el descuido político y cultural. Muchos archivos cinematográficos fueron destruidos a lo largo de la historia. Desde los Lumière, las películas se consideraban simples soportes de proyección, desechables tras su uso, lo que explica que hoy solo sobreviva solo el 2% del cine mudo: una verdadera primera masacre documental. Ese pequeño porcentaje se conserva gracias al polaco Boleslaw Matuszewski, operador de los Lumière y pionero en la conciencia de archivo audiovisual, quien el 25 de marzo de 1898 publicó el panfleto “Una nueva fuente de historia”, donde defendía la autenticidad y precisión de la imagen filmada y proponía la creación de un archivo nacional.
El archivo cinematográfico en latinoamérica es como Augusto con Alzheimer, la memoria vacilante de un hombre que requiere un cuidado constante y delicado, aquí lo personal se convierte en metáfora de la fragilidad de nuestra memoria histórica. Los archivos no soportan las oleadas de desatención estatal, ni la incapacidad de la administración pública para garantizar su preservación. Por ello, la responsabilidad recae frecuentemente en personas particulares, voluntarios y en iniciativas privadas, que actúan como la memantina, para proteger estos documentos fílmicos. En nuestra realidad argentina, resulta evidente lo limitado que es confiar en el Estado y lo público: los vaivenes en inversión y planificación, la falta de continuidad y los grandes recortes económicos generan olas de destrucción masiva del patrimonio cinematográfico, dejando a la memoria audiovisual a merced de la precariedad y el abandono.
Entre la fragilidad y la memoria
La memoria infinita constituye un ejemplo de cómo el cine documental puede entrelazar la memoria íntima y la memoria colectiva en una reflexión política y cultural, ya que el deterioro de la memoria personal de Augusto amenaza con la pérdida de la memoria histórica de todo Latinoamérica.
El Alzheimer en pantalla no solo es una enfermedad médica, sino también un espejo cultural que nos enfrenta con preguntas sobre la identidad, la temporalidad y el sentido de la vida. El Alzheimer en La memoria infinita muestra una sociedad que olvida sus heridas, muestra cómo la memoria histórica está amenazada, muestra cómo la identidad colectiva está en riesgo.
Si la memoria define quiénes somos, ¿qué ocurre cuando desaparece?




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